lunes, 24 de agosto de 2015

RUTA HASTA EL PARQUE NACIONAL DE DESPEÑAPERROS.

Después de pasar los días más calurosos del verano en la costa, alternando el agua del mar con el de la piscina, la clara con limón y el tinto de verano, el cucurucho de chocolate y el llaollao de tres toppings...tenía ganas de volver a subirme en la moto y devorar kilómetros como un loco.

El día estaba elegido con antelación, un sábado en el que iba a estar solo casi todo el día. Como destino tenía varias opciones en la cabeza pero hasta el último momento no quería decidirme por uno de ellos.

Y el viernes por la noche me encuentro con que la previsión del tiempo me planta delante de la cara este panorama.


Los que me conocéis sabéis que montar en moto lloviendo no me asusta y si hay que mojarse pues me pongo el chubasquero y adelante, pero como los planes no estaban cerrados y podía utilizar el Plan B pues escogí uno de los destinos previstos hacia el sur de la península donde parecía que el tiempo estaría más calmado.

Para evitar el aburrimiento circulando a velocidad constante por autovía, me invento una ruta un poco enrevesada y larga pero que a la postre me llevará por carreteras mucho más bonitas y entretenidas que la monótona A-4

Comienzo el viaje bajando por la Ruta de las Vegas, adelantando grupos de ciclistas que han salido como yo, a disfrutar de la mañana con su afición preferida.

La temperatura es perfecta para ir cómodo sin pasar ni frío ni calor, en varios tramos me levanto la mentonera del casco para notar la brisa de la mañana en la cara.

En Toledo hago mi primera parada en el Mirador del Valle.


Pensaba que tendría que disputar el sitio a algún autobús de turistas pero esta vez tuve suerte y les pillé dormidos.


En mi recorrido por estas carreteras manchegas se sucedían a uno y otro lado perfectas hileras de olivos, todos igual de crecidos, todos igual de cuidados, a la misma distancia unos de otros, ni los militares más entrenados mantienen la formación así de bien.


También pude ver campos interminables donde los viñedos dominaban el paisaje con la misma lucida y perfecta formación militar de la que presumían los olivos.


Confieso que después de mirar a derecha e izquierda y comprobar que no había nadie por los alrededores, me acerqué a una de las cepas para hacerme un regalo en forma de racimo. Las uvas estaban riquísimas.


Continué camino por las mismas tierras que recorrieron dos ilustres aventureros hace siglos.


Y no pude aguantar la tentación de subir a ver esa amenazadora fila de gigantes que divisaba desde lejos en el horizonte.



Había llegado el momento perfecto de hacer una parada para estirar las piernas y tomarme una coca-cola en esta simpática Venta al estilo quijotesco.


Con fuerzas renovadas volví a orientar mi Paneuropean hacia el sur para llegar a mi destino previsto.


Un paso montañoso que ha servido hace siglos como puerta de paso entre Castilla y Andalucía.


Según parece, el nombre procede de los tiempos de la Reconquista, donde, tras la perdida de la Batalla de las Navas de Tolosa por parte de los musulmanes (los cristianos les llamaban "perros"), en su retirada por estas escarpadas montañas, muchos de ellos tuvieron un final trágico acabando en el fondo del valle.

Para poder ver estos paisajes con calma hay que seguir los indicadores hacia la antigua Nacional IV, una carretera que ahora ha quedado olvidada al abrirse el nuevo tramo de autovía, mucho más rápido y seguro que cruza estas montañas.



Lo que antes era tráfico intenso de camiones y coches entre curvas y túneles con un par de radares estratégicamente colocados, ahora ha quedado como una vía de doble sentido, con bonitos sitios donde parar y contemplar el paisaje.



El bar-restaurante que hay en el margen izquierdo de la carretera y que en muchos viajes hacia el sur no le hice ningún caso y pasé de largo, en esta ocasión merece una parada para descubrir que además de un espectacular mirador hacia el valle, también tiene un par de fuentes de las que el agua sale muy fresca y que no dudé en beber a pesar de los peces naranjas que nadaban en el fondo.


La carretera es más corta de lo que me hubiera gustado porque según la iba recorriendo, más me animaba trazando y tumbando en cada curva.


Y tiene zonas donde el pico y la pala han trabajado duro para abrirse camino.





Una parada más de las muchas que hago es en el Mirador de los Órganos.


El nombre viene porque las formaciones rocosas que tenía delante, se parecen a los tubos de los antiguos órganos de las iglesias con solera.



El tramo de disfrute termina cuando a la salida del estrecho paso montañoso, la carretera se vuelve a unir con la transitada autovía, momento que aprovecho para darme la vuelta y hacerlo todo en sentido contrario.


Y aunque es tarde para comer pero pronto para merendar hago una parada en otro sitio típico de la zona.


¿Que me decís de estos grifos de cerveza? seguro que son "Pata Negra"


Para alimentar mi estómago que ya me estaba avisando que le tenía olvidado, me pedí un montadito nacional


Acompañando al montadito no podía faltar un café con hielo


Mientras lanzo mordiscos al bocata y saboreo el café me distraigo con la enorme cantidad de parches y detalles militares que hay colgados por todo el bar.


No hay zona que no esté cubierta con algún adorno cedido voluntariamente por gente que ha pasado por allí y ha querido dejar su recuerdo.


Y hasta aquí mi escapada motera, el regreso no tuvo nada reseñable que destacar salvo que con "viento de cola" los kilómetros pasan más rápido y con más comodidad de lo normal.
La ducha me dejó como nuevo y preparado para la próxima salida motera que seguro no tardará en llegar.

Saludos.